Verdaguer ha sido considerado un poeta épico, un poeta nacional, un poeta rústico, un cura del pueblo… Tenía, por lo tanto, mil y una caras, pero la dictadura se fijó en su versión conservadora y la agrandó para que su figura fuera el vínculo de una España unida. Según Torrents, esta es una visión muy empequeñecida y sesgada de quien fue, sobre todo, un poeta nacional: ‘Creó un imaginario colectivo para Cataluña con Canigó como poema fundacional y devolvió el catalán a la categoría de lengua literaria, cosa que no sucedía desde la época de Ramon Llull.’

Pero, ¿por qué el franquismo decidió de hispanizar a Verdaguer y no a otro poeta? Aparte del valor de identidad para los catalanes, él se había sabido poner junto a los pobres y, por lo tanto, era una figura estimada por todo el mundo, todo un icono. Su popularidad facilitaba la estrategia de convertirlo en ‘el poeta español de Cataluña’ y de usarlo para acercar el catalanismo conservador al proyecto de Franco. Esta voluntad fue patente cuando se acabó la guerra del 1936-1939 porque, pocos días después de la ocupación de Barcelona, el ejército franquista presentó la presa de Folgueroles como la ‘recuperación de un santuario nacional’. Incluso el noticiario semanal NO-DO dedicó un espacio.

Las dos caras del franquismo

Aquel mismo año, el franquismo decidió de pagar la edición de las Obras completas de Verdaguer, pero con tal que fueran ortografiades a la manera pre-*fabriana. ‘El objetivo era relegar el catalán a la categoría de lengua antigua’, explica Torrents. El discurso que Llorenç Riber, académico de la Real Academia Española, hizo en 1945 con motivo del centenario del nacimiento, iba en un tono parecido. Riber ponía a Verdaguer como ejemplo que era compatible impulsar el españolismo de Cataluña: ‘En la lengua de Cataluña se puede dar mucha gloria en España y en catalán se puede predicar un robusto y generoso españolismo.’ Estas palabras sólo fueron la guinda del pastel de un acto propagandístico enorme que culminó con una fiesta en Folgueroles a la cual asistió el gobernador civil y el jefe del Movimiento en Barcelona, Antonio F. De Correa.

El secuestro de la figura del poeta continuó con la apropiación y tergiversación de su obra, especialmente de dos de sus poemas principales: Canigó y La Atlántida. Del primero, hicieron una interpretación esperpéntica. A pesar de que siempre ha sido vista por los expertos como la historia de la fundación de la nación catalana, la ópera escénica que impulsó la dictadura la presentaba como una especie de premonición de las ‘glorias’ de Franco: ‘Agustí Palau, miembro del Círculo Catalán, aseguró en una conferencia en Madrid que, del mismo modo que el Abad Oliba planta la cruz a la cumbre del Canigó para echar las hadas, Franco construye Valle de los Caídos con una cruz para echar el mal de España’, señala Torrents.

Falta de libertad de expersión

Con La Atlántida no tuvieron tanto trabajo: uno de los temas de que trata es la conquista de América y, por lo tanto, al franquismo le era más fácil de hacer un símbolo de las gestas hispánicas del siglo XV. Hasta el punto que la dictadura pagó la producción de la cantata, estrenada en el Gran Teatro del Liceo, y la exportó por todo el mundo. La obra, adaptada por Manuel de Falla, se representó en ciudades como por ejemplo Berlín, Edimburgo y Buenos Aires. ‘El franquismo tenía que dar la imagen internacional que se preocupaba por la cultura y que su régimen era inclusivo y respetuoso con los catalanes.’ La obra de un poeta catalán, pues, era ideal para esta lavada de cara.

Un secuestro fallido

La exposición se cierra con una apropiación más formal que no real, el billete de quinientas pesetas que llevaba dibujado el rostro del escritor. ‘Fue un intento de hacer una concesión a los catalanes, pero sin dejar de vender a Verdaguer como un héroe español. Además, se representó la montaña del Canigó del lado de Francia, cosa que no gustó a los franceses’, comenta Torrents.

A pesar de los numerosos intentos, el franquismo no hizo de Verdaguer un héroe español, pero sí que consiguió que, durante décadas, fuera visto como un personaje anacrónico y conservador. ‘La primera tesis doctoral sobre el poeta no se hizo hasta el 1996. Muchos catalanes, durante las décadas de los setenta y ochenta, lo consideraban un autor del régimen –concluye Torrents–. Las nuevas generaciones, en cambio, ya se acercan sin complejos. El 20-S, ante el Departamento de Economía, la gente joven cantaba el “Virolai”, que es claramente un símbolo de identidad’. Está claro, pues, que si el franquismo secuestró Verdaguer, por suerte ya es muy libre.